Diseñar el futuro que los argentinos queremos como Nación requiere un serio compromiso con la construcción de una ciudadanía activa.
Para la gran mayoría de los seres humanos, pocas cosas son más importantes que dar respuesta a las urgencias propias. Sin embargo, se ha estudiado largamente un fenómeno cuya enorme incidencia demora muchas concreciones: el de la “procrastinación” (del latín pro, “adelante”, y crastinus, “referente al futuro”), que se refiere al hábito de postergar o posponer aquello que debería atenderse para sustituirlo por actividades más agradables o placenteras. Los motivos del aplazamiento pueden vincularse con el desafío o la inquietud que provocan, siendo por lo general estas mismas demoras fuertes disparadores de angustias y estrés.
Largas son las listas de cuestiones pendientes que todos podemos confeccionar: laborales, familiares y contables, entre otras. La enumeración puede ser interminable y altamente inquietante. Cuando marzo avanza en las agendas, tras el receso estival, el nuevo año despega y se puebla de promesas, ilusiones y compromisos inevitablemente atados, en gran parte, a la cuota de dilaciones que cada uno consienta. Así somos, en gran medida víctimas de esta otra epidemia de nuestro tiempo, tal como se ha dado en definir la procrastinación, que encuentra por ejemplo en el uso de las nuevas tecnologías de comunicación un refugio muchas veces adictivo.
Extrapolando, podría decirse que el fenómeno de la procrastinación también nos afecta colectivamente, como sociedad. Para el sujeto, las consecuencias de retrasar obligaciones son muy variadas, algunas graves y otras sutiles, ligadas mayormente a que se trate de conductas crónicas o puntuales asociadas al manejo y a la organización del tiempo. Como cuerpo social, también tendemos al aplazamiento de deberes.
Como ciudadanos transitamos nuestros días muchas veces angustiados, temerosos, con la esperanza de un mejor futuro y confiando en que la realidad en algún momento nos devuelva la tranquilidad perdida. Sabemos positivamente que de nuestra responsabilidad y compromiso efectivo dependen, en mucho, los resultados. Comprendemos que no debemos desentendernos de la cosa pública ni delegar en otros cómodamente decisiones que luego podrán afectarnos perjudicialmente. Aun así, la máquina de esgrimir excusas que aceita debidamente cualquier procrastinador nos exime de asumir conductas proactivas y puede mantenernos ensimismados, con serias dificultades para participar, por ejemplo, en algo tan cercano como un consorcio de copropiedad, refugiados en nuestra individualidad y confiando erróneamente en que otros harán lo que sea necesario.
La postergación resulta cómoda, pero también peligrosa. Muchas veces logramos movilizarnos cuando el plazo pasó a ser apremiante y la obligación, moralmente ineludible. Nos sumamos, por ejemplo, a una masiva manifestación contra la inseguridad o más recientemente a un homenaje que exige justicia para un fiscal fallecido. Sin embargo, está claro en este terreno que un extendido sentir social puede compartirse durante varias horas haciéndonos vibrar de patriotismo, pero que cualquier acción que pretenda conseguir resultados sostenibles debe articularse de otra forma para no diluirse en el tiempo.
Con razón se afirma que resulta imposible conseguir efectos diferentes cuando se insiste en actuar una y otra vez de la misma forma. Frente a los sentimientos de orfandad y falta de representatividad, es inútil exigir una renovación total de nuestros cuadros políticos. La ciudadanía debe recuperar activamente espacios, intervenir para consensuar agendas, exigir transparencia en la administración del Estado, ayudar a combatir la corrupción y la impunidad, interpelar por las vías institucionales a las autoridades, contribuir a la renovación de los liderazgos políticos, defender la división de poderes y planificar de cara al futuro, entre otros muchos desafíos.
Cada vez parece más perentorio tomar conciencia sobre la responsabilidad que nos cabe a cada uno como ciudadanos, alejándonos de una identidad colectiva, abstracta y amorfa que nos garantiza el anonimato, pero que poco aporta a la mejora de la calidad institucional en tanto que nos exime de hacernos cargo individual, responsable, activa y comprometidamente de nuestro presente y, por ende, de nuestro futuro. El deber o la obligación cívica se diluye, se aplaza, si no somos capaces de darnos cuenta de las consecuencias que no asumirlos tiene para nuestra cotidianeidad. Es que, además de una obligación, debiéramos hablar de una conveniencia.
El año electoral ya comenzó. Los procrastinadores de siempre dirán que confían en los cambios que surjan naturalmente de la alternancia de poder mientras sólo observan y posponen una mayor participación. Corremos el riesgo de dejar, una vez más, en manos de unos pocos el futuro de todos. Sería quizás oportuno volver a preguntarnos si los pueblos tenemos los gobernantes que merecemos. Podemos, también, asumir algún grado de protagonismo y sumar esfuerzos para canalizar nuestras demandas ciudadanas. Además de promover la formación de escuelas de liderazgo que funcionen como semilleros de líderes para el futuro, no se puede descuidar la conveniencia de armar una red de ciudadanos lo más amplia posible que sepa cómo actuar frente al Estado, cómo involucrarse para incidir en las políticas públicas que definen la calidad de vida de los habitantes de cualquier pueblo, ciudad, provincia o país. Empoderándonos y sumando aunadamente los distintos aportes para que una profunda reingeniería nos permita superar, con esfuerzo y con tiempo, el actual estado de cosas.
Exigir mejorar la calidad del debate electoral y de la representación política, interiorizarnos sobre el financiamiento de partidos y campañas, así como formarnos para tareas de veedurías o fiscalización de actos comiciales son algunas de las muchas alternativas. En este sentido, numerosas organizaciones de la sociedad civil tienen ya un camino recorrido y promueven la participación ciudadana. Fundación Directorio Legislativo (www.directoriolegislativo.org), Asociación por los Derechos Civiles (www.adc.org.ar), Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (www.cippec.org), Asociación Conciencia (www.conciencia.org), Poder Ciudadano (www.poderciudadano.org) y la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (www.acij.org.ar) son sólo algunas. El Consejo Publicitario Argentino (www.consejopublicitario.org), Cuidá tu voto (www.cuidatuvoto.org.ar) y Chau Indiferencia (www.chauindiferencia.org.ar) han trabajado en campañas que promueven la valorización de la participación y el compromiso de los ciudadanos, como garantía de transparencia y con el fin de ayudar a la capacitación de autoridades de mesa, fiscales y votantes.
Hay mucho por hacer. Para ser ciudadanos con mayúsculas, debemos comenzar a ocupar masivamente espacios de intervención directa, tanto a través de los partidos políticos como en las organizaciones de la sociedad civil. El modelo de delegación exclusiva en los políticos tradicionales está perimido, pues han quedado reiteradamente en evidencia sus serias dificultades para escuchar las demandas ciudadanas.
Entre los remedios para superar la procrastinación, actuar impulsados por una emoción ocupa un lugar destacado. Vivimos momentos de gravedad institucional inusitada. La consternación, la angustia y el temor pueden hoy vencernos o sacarnos de la apatía y motivarnos positivamente para la acción. Ha llegado el momento de dejar de mirar hacia el costado para asumir una responsabilidad ciudadana indelegable. Está en cada uno de nosotros participar activamente de la democracia para que deje de ser simplemente una linda palabra o un telón de fondo hecho jirones por unos pocos y pase a ser el espejo de un esfuerzo de construcción colectiva que nos asegure un mejor futuro. No hay tiempo que perder.