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‘Okupación’ de las aulas por la educación pública argentina

El tópico representa al estudiante con un oído atento a la campana para abandonar la clase con rapidez. Sin embargo, miles de jóvenes de la enseñanza secundaria argentina permanecen en las aulas desde hace un mes, aunque también se interrumpió desde entonces el calendario lectivo en los colegios tomados. El inicial conflicto estudiantil en reclamo de la ejecución de obras en los institutos ya se extendió hasta las facultades y a una crítica global de la situación educativa del país, a una defensa de la enseñanza pública.

 

Los alumnos toman el control de casi una treintena de colegios secundarios en la capital federal, tres facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y cuatro sedes del Instituto Universitario Nacional de Artes (IUNA). Y, aunque el conflicto ya supera en duración e intensidad a los recientes estudiantazos de 2005 a 2007, confían en extender las protestas a otras provincias de la República Argentina e, incluso, recuerdan los tres meses de revueltas protagonizados por los adolescentes chilenos durante el pingüinazo de 2006. Para ello, los estudiantes apelan al empuje movilizador previsto para esta semana por la coincidencia de la actual protesta con la tradicional marcha en conmemoración de la Noche de los Lápices, denominación del secuestro de diez estudiantes de enseñanza secundaria y desaparición de seis de ellos en la ciudad de La Plata un 16 de septiembre al inicio de la última dictadura militar argentina (1976-83). Respaldada por asociaciones docentes y otras organizaciones sociales, la manifestación se prepara con la previsión de superar con creces la asistencia de 5.000 personas registrada a principios de septiembre en la mayor concentración convocada por los secundarios desde el inicio del levantamiento.

 

“No nos gusta perder tiempo de clase, pero no recibimos respuestas satisfactorias, porque no abarcan la totalidad de nuestros reclamos, y así no podemos estudiar tranquilos”, explica Alejandro Furman, representante de los alumnos del colegio Carlos Pellegrini. Miembro de la Coordinadora Unificada de Estudiantes Secundiarios (CUES), entidad izquierdista aglutinadora de varias organizaciones de alumnos de diversos colegios, Furman argumenta con contundencia, quizá síntoma de su predilección por iniciar la carrera de Derecho el próximo curso, el origen de la protesta: “El actual gobierno de Macri [Macri, alcalde porteño], pero también el federal de Kirchner [Cristina Fernández, presidenta argentina], continúan con las políticas neoliberales de mercantilizar la educación, de la descentralización de la enseñanza sin asignar fondos iniciada en los 90, de vaciarla de plata para subsidiar a los intereses capitalistas, de elaborar los planes de estudios en función de empresas e Iglesia”.

 

De hecho, las tomas del colegio Carlos Pellegrini, competencia federal al depender de la UBA a diferencia del carácter provincial de la mayoría restante de centros secundarios, y facultades de Ciencias Sociales, Filosofía y Letras o Arquitectura evidencian que el conflicto excede del “fuera Macri” como lema principal para “denunciar también la responsabilidad política de los Kirchner”. De este modo, desde la CUES, con una activa mayoría de miembros procedente del Frente de Estudiantes en Lucha de la organización Tendencia Piquetera Revolucionaria (FEL-TPR) y de las filas del Partido Obrero, responden al apoyo tácito expresado por la presidenta argentina a los alumnos y, de paso, a las críticas sobre la politización de la revuelta vertidas por el ministro porteño de Educación, Esteban Bullrich. “Tiene razón, es un problema político y una lucha política para defender la educación pública, nuestra educación”, sentencia Furman.

 

 Plaga de palomas y expedientes disciplinarios

 

El discurso de Alejandro Furman, 18 años y cabello tan corto como sus frases, recibió el pasado sábado el aval de los datos esgrimidos en la prensa argentina por los responsables del programa Igualdad Educativa de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ) sobre el deficiente cumplimiento de los fondos públicos del gobierno porteño para la construcción y reparación de escuelas: “Durante el período 2007-2009, el promedio de subejecución fue del 22 por ciento, alcanzando un 41 por ciento en 2008, y la suma total del presupuesto subejecutado en esos años fue de aproximadamente 220 millones de pesos actuales [alrededor de 44 millones de euros]. Asimismo, a junio de 2010 el gobierno sólo ejecutó 32 millones de pesos de los 440 presupuestados para el año”. Tras semejantes cifras de inversiones, según relata Furman, “en el colegio Mariano Acosta, un edificio con más de 100 años, se caen pedazos de mampostería del techo, por lo que hay redes en las aulas, en los pasillos y en todos los lados, falta calefacción en muchas escuelas, en otras la instalación eléctrica no soporta la carga actual y hay paredes electrificadas, no hay agua en los baños…”

 

Riesgo de derrumbe en el techo del vestíbulo y una plaga de palomas preocupaban, además de la cuantía de las becas y la calidad de la comida, al alumnado del colegio Manuel Belgrano, bautizado así en honor de un prócer de la independencia argentina y origen puntual del actual estudiantazo. A la vuelta de las dos semanas de vacaciones de julio, en pleno invierno austral, las sanciones y expulsiones impuestas a varios representantes estudiantiles desencadenaron la convocatoria de una asamblea y, finalmente, la toma del colegio, allá por el 12 de agosto. “Fuimos la vanguardia, estuvimos solos 5 días hasta que se sumaron otros colegios y duramos 18 en total. No dejábamos entrar a ninguna autoridad, los profesores venían, firmaban y se iban, comíamos los sándwiches y bananas que envía el Gobierno, descansábamos en bolsas de dormir y organizábamos turnos para estar despiertos y vigilar la puerta por seguridad”, recuerda Matías Botana, también de 18 años y miembro de la CUES a través de FEL-TPR, sobre unas jornadas repletas de charlas políticas, partidos de fútbol y juegos de naipes.

 

Los estudiantes del Manuel Belgrano ya levantaron la toma del colegio y continuaron con las clases tras el compromiso gubernativo de ejecutar las obras demandadas, pero mantienen un encierro nocturno en solidaridad con el resto de compañeros y participan en las asambleas y manifestaciones estudiantiles. “No están solos acá, se están generalizando las protestas que ustedes comenzaron en defensa de la educación pública frente a un proceso de privatización de décadas”, anima también Julián Bulacio, graduado del Carlos Pellegrini y miembro de la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA), a los estudiantes de su antiguo colegio antes del inicio de la última marcha por las calles porteñas, celebrada el viernes entre las sedes de los ministerios educativos federal y municipal con la participación de más de un millar de jóvenes. Igualmente, los representantes gremiales docentes Julio Bulacio y Carlos Oroz aprovechan el encuentro para expresar su “solidaridad” con el alumnado y mostrarse “orgullosos de la lección de unos jóvenes que rompen el individualismo dominante para sumarse a un proyecto colectivo”.

 

De hecho, “no buscamos lograr las reivindicaciones individuales si no la colectiva”, subraya Botana, de sonrisa fácil y rastas en el pelo, aunque el diálogo con Bullrich se interrumpió después de tres reuniones a lo largo de las últimas semanas sin un acuerdo global. Y, precisamente, el portavoz del Manuel Belgrano habla en el vestíbulo del colegio Normal 5, tomado por su alumnado, antes de participar en una asamblea convocada para definir próximas acciones. Una vigilante de seguridad juguetea con el teléfono móvil, una estudiante barre el suelo al ritmo de cumbia y un grupo de jóvenes controla la puerta mientras se pasan el mate. Matías Botana agarra una guitarra, rasga las cuerdas y se pone a cantar una canción del grupo reggae argentino Resistencia Suburbana.

 

 

 

Por Armando Camino

 

Periodismo Humano