Prensa02.07.20
ACIJ / PrensaLa vida y el trabajo en los hospitales psiquiátricos
02/07/20Problemáticas y reclamos que la pandemia agravó y siguen invisibles
Los trabajadores y pacientes de los hospitales psiquiátricos que funcionan en la Ciudad de Buenos Aires –Tobar García, Moyano, Borda y Alvear- se sienten invisibles. A las complicaciones habituales de trabajar y asistir a personas con dificultades psiquiátricas en un entorno encerrado, se sumó la pandemia de COVID-19 y, con la cuarentena obligatoria, se cortaron la mayoría de las actividades extra, las visitas y gran parte de la comunicación con familiares. Sin embargo, la mención de esta situación no llegó al discurso oficial, como sí fue el caso de geriátricos, los refugios o cárceles.
“La población que está dentro es de riesgo. No solo por el hacinamiento que se vive, sino porque hay menos espacios para aislar casos de contagio y porque son personas con una salud deteriorada por la sobremedicación. La complejidad adicional es que si bien necesitás aislar los casos, no podés hacerlo bajo llave. Hay que pensar en cómo aislar a una persona para que pueda seguir manteniendo el contacto con sus compañeros, con el afuera”, dice a A24.com Celeste Fernández, Coordinadora de Derechos de las Personas con Discapacidad de ACIJ.
ACIJ, junto a otras instituciones que velan por los derechos humanos, está reclamando al gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no solo mayores elementos de higiene sino también protocolos específicos para pacientes psiquiátricos y para que puedan mantener el contacto con sus familias.
Al mismo tiempo, demandan acelerar las externaciones para evitar el hacinamiento. Una gran parte de las personas que hoy viven dentro de estos hospitales monovalentes no tiene criterios de internación, sino que está allí por razones sociales. De acuerdo con los datos del Censo nacional de personas internadas por motivos de salud mental del 2019, el 37,2% está internado porque no tiene casa o un lugar a donde ir.
Covid-19 en los hospitales
El primer caso positivo de coronavirus fue en el hospital Borda en mayo y, lentamente, se fue extendiendo a las otras instituciones. Actualmente, según números del ministerio, el 3,5% del personal porteño de todos los hospitales está contagiado. Sin embargo, no hay registros oficiales sobre la cantidad de casos en estos manicomios.
La semana pasada, la agrupación Infancia en Deuda denunció los tres primeros contagios en el Tobar García y los trabajadores del Moyano informaron del suicidio de una mujer de 29 años que estaba aislada en un pabellón con otros pacientes con coronavirus. Semanas anteriores había muerto una persona mayor por Covid-19, también del Moyano.
“En el Moyano tenemos armada una sala de aislamiento pero para pacientes leves. No tenemos respirador. Si tenemos casos complicados los tenemos que derivar a otros hospitales y muchas veces no te los quieren recibir. Cuesta que te los reciban sin coronavirus, imaginate con la enfermedad. El personal está muy angustiado, necesitamos más insumos y más gente trabajando”, cuenta Tránsito Fernández, enfermera en el Moyano hace 35 años.
Fernández asegura que, con el correr de la pandemia, fueron llegando más insumos pero que no son suficientes ni de la calidad que demanda la situación. La contención y la cercanía que necesitan los pacientes psiquiátricos no es la misma que las de otros hospitales. “Nosotros tenemos que darles amor, contención, hablarles, estar encima. Les das indicaciones y te entienden un rato y después se olvidan. Que no tomen mate, que se dejen el barbijo, que no se toquen. Es imposible”, dice la enfermera.
Al igual que ocurrió en las cárceles o geriátricos, las actividades extra, las salidas temporarias y las visitas de los familiares se recortaron o se suspendieron en los manicomios para evitar contagios. Al mismo tiempo, la comunicación con el exterior adquirió mayor complejidad porque no todos los pacientes tienen celulares, no hay wi fi libre y coordinar llamadas con los familiares se vuelve una tarea casi imposible.
Florencia Grillo es una de las coordinadoras de Cooperanza, una agrupación que brinda talleres de música, plástica y juegos en el hospital Borda. En marzo tuvieron el último encuentro antes de que suspendan su trabajo. Desde entonces Cooperanza está funcionando como un nexo entre los pacientes y el afuera: hacen colectas para reunir abrigo, alimentos o elementos de higiene e incluso llevan mensajes de los familiares a través de contactos con el personal médico.
“No tenemos idea de cuándo vamos a volver a dar los talleres. Las condiciones no son las mejores para los pacientes. Están encerrados dentro de otro encierro que es el hospital, no tienen talleres o un momento lúdico para despejarse. Medicación, dormir y comer no es lo mejor”, advierte Grillo.
Los manicomios no deberían existir
A partir del año 2010 rige en nuestro país la Ley de Salud Mental que prevé, entre otras cosas, la desaparición de manicomios para el 2020. Esta legislación, que además prohíbe la creación de nuevos hospitales psiquiátricos, apunta a establecer un sistema apoyado en la comunidad y dejar el encierro solo para casos extremos.
Actualmente esto está lejos de cumplirse: hay en el país 162 hospitales psiquiátricos y 12.035 personas internadas en ellos.
Cuando comenzó la pandemia y se decretó la emergencia sanitaria se creó un comité conformado por el Órgano de Revisión de la Ley de Salud Mental y las autoridades del Ministerio de Salud porteño para monitorear la situación.
“La pandemia demuestra que es necesario volver a discutir qué sistema de salud es el que se debe de tener, cómo se conforma una red integrada y sobre todo a nivel de salud mental. Después de esto habrá que volver a enfocarse en la ley”, dice Graciela Iglesias, secretaria ejecutiva del Órgano de Revisión de la Ley Salud Mental.
Iglesias cuenta que la labor en estos hospitales monovalentes es “una lucha” que empezó por conseguir más insumos y que ahora busca garantizar atención para pacientes de mayor complejidad que tienen que ser derivados. “Así como hay hospitales que tienen entrenamientos para la atención de pacientes psiquiátricos, otros tienen resistencia a atenderlos. Hay que replantear este sistema. Este es un colectivo que no se queja y que depende de la mirada de terceros”.