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Chicos y discapacidad: piden que estudien en una escuela común y con una educación inclusiva

Por Fernando Massa
Más de 100 organizaciones civiles luchan por unificar el sistema de enseñanza; buscan que responda a las necesidades de todos los estudiantes en infraestructura y con apoyos particulares.

Era un año con todo para celebrar. En noviembre, el viaje de egresados a Córdoba, y a fin de año, terminar la primaria siendo el primer estudiante con síndrome de Down que egresará de ese ciclo en su escuela. Aunque la mayor satisfacción para Ezequiel, de 14 años, y para su familia es cómo la comunidad educativa cambió la cabeza en esos ocho años compartidos. “Ezequiel no sólo está incluido socialmente, sino que se ha ganado, con su esfuerzo, el respeto de sus compañeros y maestros”, cuenta Javier Speroni, su padre.

Pero en junio les llegó a sus padres una noticia que no se esperaban: la escuela privada a la que asiste en Caballito no le iba a renovar la matrícula. ¿Las razones? No se veían capacitados y el sistema no estaba preparado. Los padres de Ezequiel entendieron lo que les decían como que había llegado la hora de que su hijo siguiera en la escuela especial.

Ezequiel necesitó algunos apoyos estos años: una hora por semana con la fonoaudióloga, que lo entrena en lengua y le anticipa contenidos que se van a ver en clase, y una hora con la psicopedagoga. “La idea era ir probando, pero no negarle el conocimiento como suele pasar en algunos casos -cuenta su padre-. La escuela es un paso fundamental en la vida de las personas para los pasos subsiguientes de la vida, y si bien Ezequiel aprende más lento, con estos apoyos puede estar ahí.”

Ocho años de cosecha dieron sus frutos. Quienes se movilizaron enseguida fueron sus compañeros de colegio, tanto que en julio los padres del colegio se juntaron para escribir una carta al colegio donde expresaron desconcierto y sorpresa por la decisión de que no renovaran la matrícula para ingresar al secundario, haciendo hincapié en todo lo que aprendieron y disfrutaron junto a Ezequiel durante esos años.

Los padres de Ezequiel recorrieron siete colegios privados sin suerte. Cuando finalmente encontraron una opción en una escuela pública del barrio, Javier Speroni se cruzó con el director de la institución en la puerta. Había novedades: “Lo vamos a aceptar”, le comentó. Al día siguiente, en el cuaderno de comunicaciones de Ezequiel estaba la nota con la matrícula.

Casos como éste aún son excepcionales. Y por eso 115 organizaciones civiles de todo el país se congregaron en el Grupo Artículo 24 por la Educación Inclusiva para que la excepción se convierta en la regla: un sistema de enseñanza único, que responda a las necesidades de todos los estudiantes, también aquellos con discapacidad, y que, de esta manera, las escuelas especiales ya no tengan razón de ser.

“Hoy estamos parados en un sistema que excluye y que segrega -dice Gabriela Santuccione, coordinadora del Grupo Artículo 24-. Hay que ir a un sistema inclusivo y reconvertir la escuela especial, pero primero hay que terminar con las normas que permiten sacar a un chico de la escuela común.”

CAMBIO DE PARADIGMA

Santuccione se refiere a un cambio de paradigma, donde se deje de ver a las personas con discapacidad como sujetos de atención médica y se las empiece a ver como sujetos de derecho y, por ende, con derecho a la educación. “Las escuelas de educación especial responden al modelo rehabilitador, se enfocan en el déficit y lo que buscan es curar más que enseñar”, afirma. Esta posición ha generado resistencia en ciertos sectores, y una de las razones es el temor a la pérdida de fuentes de trabajo para los maestros de las escuelas especiales. En ese sentido, Santuccione asegura que el planteo es que los maestros de escuelas especiales estén presentes, pero en vez de en dos sistemas en uno solo.

El nombre de la agrupación remite al artículo de la Convención sobre Derechos de las Personas con Discapacidad que sostiene que los Estados parte del convenio deben asegurar un sistema de educación inclusivo a todos los niveles. ¿Qué debe entenderse por educación inclusiva? Un estudio sobre el derecho de las personas con discapacidad a la educación del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas de diciembre pasado la define como aquella que reconoce la obligación de eliminar barreras que restrinjan o impidan la participación, y que también reconoce la necesidad de modificar la cultura, la política y la práctica de las escuelas convencionales para tener en cuenta las necesidades de todos los estudiantes, también de aquellos con discapacidad.

En ese texto también se diferencia la inclusión de la integración, cuyo enfoque se centra en reforzar la capacidad del estudiante por cumplir las normas establecidas y no contempla la adaptación de la escuela a las necesidades de los alumnos.

Cuando Santuccione recorrió escuelas para su hijo -hoy en tercer año del secundario-, que tiene una discapacidad que no requiere adaptación curricular, la mayoría de las instituciones tenían una misma respuesta: no. Porque no estaban capacitados, porque no tenían vacantes, porque la vacante de integración ya estaba cubierta. Al final, pudo ingresar en una escuela pública de Capital para hacer el secundario. “Él se tuvo que amoldar al colegio, y no el colegio a él. Nada han hecho para hacérselo más accesible. Todo el esfuerzo es de él”, cuenta Gabriela.

La adaptación de la escuela a la persona (y no al revés, como suele suceder) es una característica de la educación inclusiva que se lleva a cabo a través de ajustes razonables y apoyos: medios que garanticen a todos la accesibilidad en cuanto a infraestructura, al transporte y a los medios para comunicarse, además de las que se requieran para las necesidades individuales de los alumnos, como lo son los maestros integradores.

Verónica Martorello, que ejerció ese rol durante dos años y hoy se ocupa de monitorear a otros profesionales, considera al maestro integrador un agente de cambio dentro de la escuela y también en la sociedad: “Dentro del aula, no sólo acompaña al chico en el día a día; es también una pareja pedagógica de la maestra y un referente para los otros alumnos -dice-. Es además quien articula la posibilidad de que esta persona esté en el contexto educativo y pueda funcionar”.

Si algo estuvo claro desde el momento de la creación de la Escuela Arlene Fern, colegio primario privado de Capital, fue que la inclusión de niños con discapacidad sería uno de sus pilares ideológicos. Hoy la escuela cuenta con 40 niños integrados y 59 maestros integradores.

Como cuentan las directoras de primaria y jardín de infantes, Beatriz Plotquin y Tali Joffe, al arrancar sin un marco de referencia, en sus 19 años de historia hubo aprendizajes sobre la marcha. Lo que empezó como integración derivó luego en inclusión, y se dejaron atrás costumbres como esa de que en las reuniones se les diera un espacio a los padres del niño integrado para que hablaran de lo que le pasaba a su hijo. “Hoy, en cambio, a nadie se le ocurriría hacerlo y hasta podría considerarse una falta de respeto”, coinciden las directoras.

En algunos padres, sin embargo, siguen existiendo dudas y surgen preguntas como si compartir las aulas con un estudiante con retraso madurativo puede atrasar el rendimiento individual de los otros. Son ellas quienes se encargan de explicarles que la experiencia demuestra lo contrario: “Una de las conclusiones es que todos los prejuicios de los adultos caen cuando se convive con quien es diferente durante la infancia, y que la calidad académica no implica ser mejores, sino dejar aflorar el potencial de cada uno y apoyar las debilidades”, dice Plotquin.

Ponen el ejemplo de Iván Davidovich, que por su parálisis cerebral se hubiera visto obligado a cursar toda su vida en una escuela especial. Sin embargo, hizo jardín y primaria allí, y hoy cursa el secundario en la escuela Ort junto a su mejor amigo desde la primaria.

Para conocer más ingresar a www.grupoart24.org.

La Nación