La villa de Retiro aloja en este momento a unas 25 mil personas en uno de los barrios más caros de la ciudad. Durante la campaña, Mauricio Macri habló de los programas de reurbanización de las villas porteñas, de todas excepto de Retiro, donde planteó el proyecto de erradicación. Esa sola idea disparó dentro del barrio todo tipo de fantasmas. Negociaciones, alternativas defensivas y estrategias que en este momento cada quien está componiendo. A contrapelo, los macristas también llegaron al barrio. O lo intentan.
La capilla mantiene el ritmo de las parroquias de pueblo. Detrás de la entrada, los pocos metros de la iglesia terminan en una cocina donde un grupo de mujeres corta y mezcla cubos inmensos de calabazas con algo de arroz para los más pobres, los que no están en la villa sino a unos metros de ahí, durmiendo sobre una de las explanadas de la estación de trenes de Retiro. En la calle, bajo el frío.
El cura Guillermo Torres sale de ahí con las orejas tapadas y un gorrito de lana en la cabeza. Su capilla está a dos infinitas cuadras de la entrada del barrio, después del camino que se abre desde la estación y va entrando, serpenteante, entre puestos de frutas, carnicerías, lavaderos de colectivos y paradas de micros. La iglesia enfrente de un comedor y pegada a una canchita de fútbol, una bocanada de aire suelto y liviano, rodeado por los cordones tensos de las casillas que van armando esta ciudad.
“Los muchachos vinieron a verme”, dice el cura Guillermo. “No sólo a mí; intentaron un diálogo con el equipo de curas para las villas porque a todos los barrios están intentando llegar, están buscando por dónde, que se les allane el camino, pero nosotros no les vamos a abrir las puertas de un barrio, por mi puerta no entran; por la gente, puede entender mal.”
La historia
La villa de Retiro nació en los años ’40 con una decisión del gobierno nacional, que cedió terrenos baldíos a los grupos de trabajadores italianos. Con el tiempo, el barrio dio cobijo a migrantes del interior del país y a comunidades de países vecinos. En 1956 era una de las 21 villas de Buenos Aires donde vivían 33.920 personas, ocasión para la que cobró impulso por primera vez la idea de la erradicación.
La revista de los chicos del villa, Retiro News, menciona aquello como un hito, un primer programa de desalojo masivo que “no fue tan violento como los que vendrían más adelante”, dice, porque contempló aspectos sociales como una vivienda digna. Ese primer plan, de todos modos, fracasó como sucedió de allí en adelante: durante siete años se construyeron 214 viviendas para 1284 personas.
Retiro ahora tiene unos 25 mil habitantes atravesados por las empalizadas de la autopista Illia con sus balcones a la barbarie. Los sectores más antiguos reúnen 33 manzanas en el barrio de los Inmigrantes y Güemes, donde ahora están los restos de Carlos Mugica. En los últimos diez años, detrás de la crisis, la villa se fue extendiendo más allá de los viejos límites, sobre la 31 bis, derramándose a lo ancho y hacia el cielo. Las nuevas manzanas urbanizadas crecieron hacia la Terminal de Omnibus de Retiro, sobre las cercanías de los peajes de la autopista y ganaron altura con casas de hormigón y piezas de alquiler de dos y tres pisos, rentadas a 300 pesos al mes. En total, ésas son 14 manzanas urbanizadas y con otras dos más recientes, según los datos que maneja la Asociación por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), una organización no gubernamental que construye la idea de ciudadanía con la promoción de los servicios básicos aún allí, donde la gente vive colgada de la luz aunque hace años reclama medidores a un Estado que prefiere –al parecer– mirar para otro lado, antes de otorgarles un papel.
“¡Después nos dicen que nosotros tenemos antenas satelitales!”, dice Jorge Vargas, un alto de barba franciscana que camina por el barrio. “¿Cómo no vamos a tener esos servicios, si trabajamos? Como no nos dejan pagar el agua, ni la luz, ni ninguno de los impuestos, nos sobra plata para eso.”
Como Jorge, un 95 por ciento de los vecinos parece dispuesto a pagar sus servicios con tarifas sociales porque parece tratarse de una apuesta esencialmente simbólica, dice Albertina Maranzana, abogada de ACIJ. Una tarifa que parece otorgarles el rol de usuarios, y correrlos del de asistidos.
Hace unos días, por ejemplo, un fallo de la Cámara Contencioso Administrativa de la Ciudad de Buenos Aires obligó a reformular la provisión de agua potable para las manzanas 11, 12, 13, 14, 100 y 101 de la 31 bis. Como no hay agua ni conexión informal a la red, la gente recibe camiones cisterna que entran de 8 a 17 para cargar tanques comunitarios. Los vecinos pidieron que los camiones entren de 8 a 22, domingos y feriados, porque el año pasado hubo una semana en la que directamente no entraron.
Página 12