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Para que las normas merezcan respeto por Gustavo Maurino ( publicado en Plaza Pública)

Las causas que configuran este fenómeno estructural son variadas, y cada quien suele enfatizar la relevancia de unas sobre otras:
(a) Ciertas causas que se refieren a características de las propias normas que solemos no cumplir (no siempre son verdaderamente públicas, suelen resultar ambiguas, contradictorias, vagas, injustas en algunos casos, o sencillamente estúpidas).
(b) Otras comprenden a los destinatarios de sus obligaciones o prohibiciones (nos falta educación cívica, somos demasiado individualistas y desconsiderados hacia el prójimo , tenemos un irremediable espíritu anárquico).
(c) Finalmente, existen causas que apuntan hacia las autoridades –los que hacen las normas, el Estado, el poder (el Estado es históricamente ilegítimo, los gobernantes son tradicionalmente corruptos e injustos, el poder siempre ha tenido impunidad, etc.).
Si bien todas estas causas –y otras, por qué no- operan efectivamente en mayor o menor medida para dar forma al fenómeno que nos ocupa (a propósito, el libro de Carlos Nino Un país al Margen de la Ley es una lectura imprescindible sobre el tema), me interesa aquí destacar una característica que todas ellas tienen en común…..
…. el hecho de presuponer una distancia abismal -que es real como hecho sociológico- entre quienes hacen las normas, las normas y los destinatarios de ellas.
Detrás de esa enunciación de causas subyace una dinámica institucional, que no siempre percibimos, y que –sin una mejor idea a mano- llamo “falta de identificación agencial” de la ciudadanía con las normas. “Sencillamente no las vivimos como nuestras normas” y no nos vemos como “agentes” de su creación (a diferencia de lo que ocurre, creo, con las reglas que regulan la vida de nuestra familia, o las dinámicas de nuestros grupos de amigos, etc.). Y esta falta de identificación impide que nos comprometamos con ellas de manera relevante.
Y en este sentido, quiero sugerir que el cambio de las condiciones “anómicas” de vida social no es esperable sobre la base de remedios de racionalidad del juego social (normas más públicas y menos “zonzas”), o cambios en la moralidad o hábitos de ciudadanos (educar al pueblo para el apego a las reglas). Por supuesto que nunca está de más mejorar la racionalidad de las reglas o la educación de los ciudadanos, pero creo que mientras vivamos la fragmentación entre las autoridades, los ciudadanos y las normas, seguirá faltando el cemento que una nuestra vida social.
En términos generales las dinámicas de “identificación agencial” con las normas pueden ser simbólicas, sustantivas o procedimentales. Si alguna de ellas opera –ocasionalmente- en nuestra comunidad es la sustantiva (cuando nuestro acuerdo con el contenido de ciertas normas, nos permite identificarnos con ellas). Carecemos de elementos simbólicos que nos identifiquen con la producción de las normas (¿alguien “vivencia” realmente al Congreso de la Nación como nuestra casa legislativa?) y los procedimientos públicos de creación de normas nos alienan, olvidan y excluyen.
Dado que carecemos de símbolos y que no es esperable una identificación sustantiva general con la decisiones de los gobernantes (pues vivimos en una sociedad diversa en la que tenemos desacuerdos fundamentales sobre lo “correcto” y lo “bueno”), el desafío realizable consiste en transformar nuestros procedimientos públicos de creación de la ley, en la dirección de la inclusión, participación y entendimiento mutuo. Y esto no es otra cosa que la democratización (genuina no meramente simbólica o formal) de la vida social e institucional.
Las normas deben resultar, cada vez más, de procedimientos basados en (a) posibilidades reales y sustantivas de participación de los interesados, tanto en las grandes como en las pequeñas decisiones (b) la consideración igualmente respetuosa por las posiciones de todos los afectados a la hora de la decisión (c) el diálogo público basado en razones y no en caprichos, golpes sobre la mesa y conteo de cabezas o de manos (d) la publicidad y transparencia de la información disponible.
En la medida que transformemos los procedimientos en este sentido, podremos vivenciar a las normas que sean su resultado como “nuestras”, como “las reglas de una comunidad de la que somos miembros, agentes, y no súbditos”. Cuando ello ocurra, estarán sentadas las bases comunitaria para superar la anomia.