ACIJ / Prensa

La arquitectura de la precariedad (La Nación)

Detrás de una fachada muy pintoresca, en el barrio de La Boca, por donde pasan los colectivos turísticos, viven hacinadas y en condiciones precarias decenas de familias. A pesar de tener algunas calles pavimentadas, en el partido de Esteban Echeverría, provincia de Buenos Aires, la gente vive en un ambiente contaminado por la proximidad con el arroyo Ortega de la cuenca Matanza-Riachuelo. Una vecina abre la canilla de su casa y el agua sale verde fluorescente. En el Norte, en un pueblito recóndito y olvidado, vive una comunidad indígena con déficit de acceso a los servicios públicos, lejos de la modernización y con temperaturas extremas. En la villa 31, una mujer vive bajo el puente de la autopista Illia, y de noche tiene pesadillas con un auto que se le cae encima de la casa.


 Cuatro testimonios de personas de bajos recursos de diferentes puntos del país muestran las dificultades de vivir bajo un techo que no cumple con las condiciones habitacionales mínimas dignas. Según la Encuesta de la Deuda Social Argentina (EDSA) del brómetro de la UCA, este problema abarca a casi la mitad de la sociedad, al 44,2 por ciento.


 Por la falta de ingresos, algunos construyen las casas con sus manos, con materiales que encuentran a su alcance o de descarte. Estos relatos muestran ciertas paradojas de la pobreza, ya que algunos, al no tener los requerimientos legales para alquilar una vivienda en trazado urbano, pagan precios elevados en villas o asentamientos. De hecho, según EDSA, el promedio de alquiler de una vivienda en una villa subió de 2007 a 2009 un 97%; más que en cualquier otra condición residencial. O incluso, al no tener acceso a agua potable, pagan grandes cantidades para conseguirla en forma fraccionada.


 A pesar del ruido molesto y constante de los autos en la autopista, Basilia se levanta diligentemente a las 3 para golpear las milanesas, que forman parte de su microemprendimiento de viandas que promete una salida a su situación de pobreza. Hace cinco años vive en una casa precaria de tres plantas ubicada entre los dos carriles de la autopista Illia de la villa 31. Su marido, boliviano al igual que ella, es albañil y construyó la casa con sus manos. A pesar de que otras casas de la zona se desmoronaron, a Basilia eso no le preocupa ya que, según dice, su casa tiene columnas.


 "Cuando duermo me da miedo que se caigan los autos", cuenta Basilia, desde la tercera planta de su casa, donde hay una pelopincho para que sus hijos se refresquen en verano. Además, se queja de que entre los pasadizos demasiado angostos no pasan ni los bomberos ni los policías. Parte del costado de la autopista hace de pared de la casa de su vecino. Por eso, cada tanto la casa vibra, pero ella está acostumbrada y casi ni lo siente.


 La casa está construida con materiales de sobra y reciclados. Tanto el balcón como las puertas son una antigua puerta de ascensor estilo tijera. Además, la escalera caracol verde que conecta los tres pisos son sobras de cañerías. Basilia no tiene acceso a conexión de gas ni de agua potable, por lo que paga más para obtener estos servicios en forma fraccionada.


 Basilia tiene en su cama un almohadón rosa con forma de corazón que dice love , pero no sabe qué significa. El cuarto lo comparte con su marido y sus dos hijos. En la casa viven 15 personas, ya que Basilia alquila el resto de los cuartos por 300 pesos para tener un ingreso extra.


 Vivir hacinados en un conventillo.


 Hace 20 años que Silvia alquila dos cuartos en un conventillo en La Boca. Como si fuera un juego de muñecas rusas, para ganar espacio, y aprovechando los techos altos de estas construcciones antiguas -que suelen ser de 4×4 o 4×5-­­­­­, Silvia hizo dos sobrepisos. En el de más abajo ella comparte el espacio con sus tres hijos pequeños. Y en los dos soprepisos de arriba viven los dos hijos mayores con sus respectivas parejas e hijos. Todos comparten comedor, cocina y baño. Una amplia ventana de la cocina da al patio central del conventillo. Silvia no tiene acceso a la conexión de gas, y las cloacas las arreglaron hace poco, ya que no estaban preparadas para la cantidad de gente que vive allí.


 "Estuve por todos lados antes de tener una vivienda donde pudiera vivir junto a toda mi familia. Cuando llegué la casa estaba inhabitable y la fuimos arreglando con esfuerzo", explica Silvia.


 En este mismo conventillo, que está planeado para cinco o seis familias, viven más del doble hacinadas. Suman un total de 100 personas incluyendo a 50 niños. Todos los sábados, a la mañana, se juntan los vecinos en el patio para solucionar los problemas del conventillo para "vivir un poco mejor", como dice Maia, otra inquilina del conventillo. Los problemas por resolver son varios, como la inundación del patio cada vez que llueve, la precariedad de los techos al no tener membrana, y el inconveniente de las paredes llenas de humedad que absorben como esponjas ácaros y hongos, provocando enfermedades respiratorias en los menores. "La Boca tiene los indicadores habitacionales peores y más degradados de la Capital", dice Andrés Maidana, de Hábitat para la Humanidad.


 Específicamente en la ciudad de Buenos Aires, según la encuesta Anual de Hogares 2009, la zona sur presenta los porcentajes de tenencia precaria o inestable más altos, alcanzando el 17,3%, mientras que el 28,7% corresponde a inquilinos o arrendatarios. "Ya no existen más esos patios donde se podía sociabilizar y armar actividades artísticas, como cuentan algunos relatos románticos de la época; ahora esos patios, por la falta de espacio y seguridad, se convirtieron en un lugar de paso", agrega Maidana.


 Vivir a orillas del Riachuelo.


 El olor nauseabundo que sube por el arroyo Ortega de la cuenca Matanza-Riachuelo envuelve a gran parte del barrio San Ignacio, del partido de Esteban Echeverría, donde viven aproximadamente 5000 familias.


 Dora, a pesar de vivir hace 20 años en el barrio con su familia, comenzó a tomar conciencia hace poco del peligro de vivir en una zona contaminada. Al abrir la canilla de su casa, el agua sale verde fluorescente. Antes de conocer el alto grado de toxicidad del agua que enfermó a varios de sus vecinos, Dora y sus hijos tomaban de esa agua y la utilizaban para cocinar e higienizarse. Dora confiesa: "No sabíamos nada y tampoco teníamos plata para comprar bidones de agua".


 Según un estudio realizado por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat), en el agua se encontró arsénico, cromo y otras bacterias en cantidades muy por arriba del máximo permitido. El estudio establecía que no era apta para consumo humano.


 Dora tiene en las manos ronchas, una reacción alérgica por lavar los platos con esa agua. El problema no es solamente la contaminación por los desechos industriales de la zona, sino la falta de acceso a la red de agua potable y cloacas. La profundidad de los pozos de agua de esta familia no es suficiente para extraer agua limpia.


 Ante un reclamo  consiguieron que la Municipalidad proveyera de camiones cisterna con agua potable. Los vecinos del barrio deben caminar varias cuadras con bidones y recipientes llenos de agua todos los días. Un logro fue concientizar a los vecinos sobre los peligros de utilizar esa agua.


 Según un estudio conjunto entre la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y el Centro de Derecho a una Vivienda y Desalojos (Cohre, por su nombre en inglés), hay más de 3 millones de personas en el área metropolitana de Buenos Aires sin servicio público de agua potable. Según este estudio, las zonas sin acceso al agua potable tienden a coincidir con aquellas donde viven las personas de más bajos recursos. A través de un cálculo advierten que una familia tipo con acceso a la red paga $ 15,22, mientras que una familia que compra agua envasada gasta $ 675.


 Los testimonios mencionados son la caras visibles de cifras habitacionales que preocupan. Ellos ya consiguieron su casa. Ahora quieren vivir bien.


 GENTE COMPROMETIDA QUE BRINDA RESPUESTAS


 Las ONG conocen los problemas habitacionales y proponen soluciones. Consideran que todos tienen derecho a una vivienda digna, y por eso diseñan estrategias para lograrlo, ya sea obligando al Gobierno a cumplir con sus obligaciones o empoderando a las propias personas.


 Para ACIJ, la situación en el barrio de San Ignacio, partido de Esteban Echeverría, era insostenible por la gravedad de la contaminación de los pozos de agua, la inexistencia del servicio de agua potable de red y cloacas, y la situación económica de la población, que les impide comprar agua envasada de calidad.


 "El juicio que hicimos ACIJ y los vecinos del barrio ante el juzgado federal de Quilmes dio lugar a la sentencia del juez Armella, que ordenó la provisión inmediata de agua segura por camiones cisterna y la realización de obras para proveer de agua y cloacas, que se están haciendo en San Ignacio -dice Gustavo Maurino, codirector de ACIJ-. Es muy gratificante ver que los esfuerzos de uno obtengan resultados concretos para la gente."


 En el mismo sentido, Hábitat de la Humanidad propuso el programa Alquileres justos en el barrio de La Boca. La directora de la OSC Ana Cuttus explica: "Para las familias de bajos ingresos que viven en carácter de informalidad en hoteles-pensión, inquilinatos y conventillos alquilar no es una opción digna. Ellas terminan pagando lo mismo que un alquiler normal, pero en condiciones inadecuadas. Por eso Hábitat les ofrece salir como garante" para asegurarle al dueño que van a pagar.


 Además, el programas Reciclando hogares urbanos propone comprar viviendas en La Boca mal ocupadas o desocupadas, ponerlas en condiciones adecuadas y alquilarlas a las familias que necesitan una vivienda a un precio justo.


 Vivir en casas de adobe.


 En un sitio más alejado de la gran urbe, al norte de la ruta nacional 9 y desviándose justo antes de llegar a la frontera con Bolivia, en medio de un paisaje montañoso, se esconden pequeños pueblos rurales -como Casa Colorada, Cochinoca, Santa Catalina y Rinconada- donde viven aproximadamente 31.000 collas.


 "El sombrero de paja o la sombra de la casa alcanzan para amortiguar el calor", dice Jorge Mamani, que vive gran parte del año en Casa Colorada, donde las temperaturas rondan los 40°C en verano.


 Las casas son de paredes de adobe, techo de chapa y piso de tierra, y las construyen ellos mismos con los materiales del lugar, excepto la chapa, que van hasta la ciudad a comprarla. Los hijos -que suelen ser cinco, seis o siete- duerman en el mismo cuarto que sus padres. Jorge cuenta que los baños, que son un pozo ciego, están fuera de la casa, al igual que la cocina. "Cocino fuera de la casa en el fogonero con leña tola, un arbusto típico de la zona; una vez que está prendido el fuego, pongo la olla", cuenta.


 A Casa Colorada se llega por un camino de tierra sinuoso, y cuando llueve se hace imposible transitar por la carretera. Su mayor problema es la falta de agua en épocas de sequía. En estas comunidades no existen los servicios básicos, el agua se consigue de pozo, no tienen red de cloacas, y al no tener conexión de gas utilizan garrafa o leña. A pesar de estas complicaciones, los que pueden pagar el equipo tienen electricidad durante varias horas por medio de paneles solares que consiguen a través de un programa de la compañía Ejedsa.


Teodelina Basavilbaso

De la Fundación LA NACION 



 La Nación