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En Lugano, la mortalidad infantil duplica a la de Villa Devoto (Clarín)

Claudio Savoia.
csavoia@clarin.com






Aunque se usó hasta el abuso, la imagen de Buenos Aires como “Reina del Plata” todavía enorgullece a los porteños. Pero quizás haya llegado la hora de desilusionar a los más detallistas: mientras que una parte de la Ciudad bien podría ascender en sus blasones de reina a emperatriz, otra franja podría ganarse el mote de Cenicienta. Según las estadísticas oficiales, la tasa de mortalidad infantil muestra diferencias de hasta 150% entre Villa Devoto y Lugano, dos barrios que reflejan el abismo social que existe entre las dos mitades de la ciudad imaginariamente divididas por la avenida Rivadavia.

Un cúmulo de razones históricas, demográficas y sociales forjaron durante siglos un cuadro de desequilibrios que nadie se atrevería a discutir. Que el sur de la ciudad está postergado y que sus habitantes disfrutan de muchos menos servicios y beneficios que sus vecinos del norte porteño parece una “verdad de Perogrullo”, pero más sorprende comprobar que esas diferencias no disminuyeron y hasta se agravaron en los últimos años. Clarín expone hoy los datos recogidos en el Anuario Estadístico 2006 y la Encuesta Anual de Hogares, que la Direc ción General de Estadística y Censos porteña realiza cada año en 4.500 casas de la Ciudad.

Como exhibe la infografía que ilustra esta nota, Devoto y Lugano son el paradigma de los dos mundos que conviven en la ciudad. Con cinco veces más pobreza y el doble de desempleo, los vecinos de Villa Lugano sobreviven con problemas desconocidos a unos pocos kilómetros. Allí, dos de cada diez familias tienen más de cuatro hijos, el doble del promedio porteño. Debería ser una noticia feliz, pero a veces parece una maldición: la proporción de personas que viven en condiciones de hacinamiento (21%), la gran cantidad de viviendas precarias (12%) y los estragos que provoca la deserción escolar (12% de los mayores de 25 años no terminó la escuela primaria), muestran los peores indicadores de la Ciudad.

Sumados, estos factores explican otra cifra dolorosa: en Lugano, la mortalidad infantil es de diez bebés menores de un año cada mil nacidos vivos, bastante más alta que el promedio porteño y más del doble que en Villa Devoto. Dos tercios de esas muertes, además, podrían ser “reducibles” mediante la promoción social y la atención médica.

Sin desmentirlas, en el Ministerio de Salud porteño relativizan las cifras. “Es raro que dé tan bajo Devoto. El promedio de mortalidad infantil de la ciudad, de 7,9 por mil, ya es muy bueno. Por ahí fue justo un año atípico, o sin querer en los números de Lugano se incluyeron casos de bebés del conurbano”, deslizan dos funcionarios. La doctora Emilse Casinelli, directora del Programa Materno-Infantil, prefiere ver la mitad llena del vaso: “No obstante los números de la zona sur, Buenos Aires tiene los índices de mortalidad infantil más bajos de todo el país”, advierte.

Según la funcionaria, la Ciudad de Buenos Aires enfrenta un “déficit histórico” en materia de educación, vivienda y atención de los vecinos del sur, y los problemas de salud “son casi siempre consecuencia de ello”. “La mortalidad infantil tiene como grandes causas el bajo peso al nacer, la prematurez y los problemas respiratorios”, explica. “Nosotros vamos a recuperar la equidad dándole más a quien más necesita. Por eso entregaremos más leche, medicamentos para atender las bronquiolitis y planes de atención de mujeres embarazadas en los barrios del sur”, promete.

El médico sanitarista, sociólogo y experto en mortalidad infantil José Carlos Escudero no acuerda con el diagnóstico oficial. “Aun en las zonas más ricas de la ciudad los niveles de mortalidad son altos en relación con los recursos que invierte en salud”, dice. “Pero Buenos Aires es un ejemplo de la injusticia sanitaria de la Argentina. Este gran diferencial de resultados entre zonas tan cercanas es un rasgo propio del Tercer Mundo”. Para el especialista, “los pobres tienen menos acceso a los alimentos más nutritivos, o a una cobertura de salud buena y sin largas esperas. Esto termina con chicos que se mueren innecesariamente. Habría que invertir más plata en el sistema de salud gratuito, con buenas unidades de atención en los barrios más críticos y remedios fabricados por el propio Estado porteño”.

Escudero es coautor de una flamante investigación comparativa entre las tasas de mortalidad infantil argentinas y las del resto de América latina, que no deja bien parado a nuestro país. “Entre 1950 y 1955 Argentina ocupaba el segundo lugar, y desde entonces fue perdiendo posiciones hasta ubicarse en el actual quinto puesto. Según los datos del quinquenio 2000-2005, cada año murieron más de 10.000 bebés menores de un año. Si tuviéramos los índices de Cuba, Chile o la islita de Martinica, podríamos haber salvado a la mitad: más de catorce chicos por día”.

La defensora del Pueblo de la Ciudad, Alicia Pierini, cita al primer ministro de Salud del país, Ramón Carrillo: “Poco pueden hacer los médicos contra las enfermedades si los enfermos viven en la pobreza y entre la basura. Me parece que eso es clave para entender y revertir los problemas de la zona sur de la ciudad. Allí hay bastantes centros de atención primaria, pero la demanda es muchísimo mayor que en los hospitales del norte porteño, porque muchas familias no tienen obra social ni mucho menos servicios de medicina prepaga. Entonces habría que multiplicar los hospitales hasta satisfacer esa necesidad. Otro detalle importante: tenemos muchas denuncias de que el SAME es reticente para entrar a las villas. Casi todas están en el sur, claro”.

Las estadísticas respaldan las palabras de Pierini. Si seguimos con el ejemplo comparativo entre Villa Devoto y Villa Lugano -aunque los contrastes no acaban en sus calles- notamos que mientras que en Devoto sólo el 17% de los vecinos depende de los hospitales públicos, en Lugano asiste a ellos el 47% de la gente. Casi el triple. Aunque es un modo de decir, porque en ese castigado barrio del sur porteño no hay hospitales públicos -los más cercanos son el Piñero, de Flores, y el Santojanni, de Mataderos- sino seis centros de salud y dos centros médicos barriales.

La convivencia con la basura y el ejército de bacterias que fermentan con ella también es habitual en varios barrios del sur porteño. En Lugano, uno de cada diez hogares no es atendido por el basurero, y tres de cada diez tampoco reciben al barrendero municipal. En Devoto, la proporción es diez veces menor. Otro indicador clave para medir el riesgo de exposición de los vecinos -y sobre todo las embarazadas, bebés y niños- a las enfermedades es la existencia de servicios sanitarios en las casas. Pues bien, en Buenos Aires, el promedio de hogares sin cloacas es de 1,4%. En la Comuna 8, es decir Lugano, Soldati y Villa Riachuelo, supera el 10%. Desde los monumentos, el doctor Ramón Carrillo sacudiría su cabeza con preocupación.

Nuria Becú, de la Asociación por la Igualdad y la Justicia, aporta su experiencia para detectar y enfocar estas situaciones de desigualdad -“de discriminación”, corrige ella- con la mirada de las organizaciones civiles. “La Constitución obliga al Estado a eliminar las diferencias, y los jueces comenzaron a exigirlo. Nosotros ganamos dos casos importantes contra la Ciudad, que había excluido a los barrios del sur de la campaña de instalación de cestos de basura en la vía pública -nada menos- y había abierto aulas escolares en containers: cuando chequeamos de dónde provenían los alumnos de esas aulas, todos vivían en villas. La Justicia dijo que los trataban como ciudadanos de segunda sólo por ser pobres. En otro caso, por falta de vacantes para nivel inicial en barrios del sur, el juez ordenó al Gobierno construir jardines de infantes en un plazo de tres años, porque consideró que había dinero para hacerlo”.

Becú cuenta otra anécdota elocuente sobre cómo a veces se perpetúan las desigualdades en forma involuntaria: “Había pérdidas de gas en las escuelas, y un juez dispuso que Metrogas revisara las conexiones. ¡Pero comenzaron por los barrios que estaban bien! Cuando los llamamos para quejarnos nos dijeron que no se habían dado cuenta, que teníamos razón. Y que los ayudáramos a organizar las inspecciones”, recuerda.

Al final de cuentas, las miradas se dirigen hacia el Estado. Recién llegado al poder, el ministro porteño de Desarrollo Social, Esteban Bullrich, también elige una anécdota para explicar dónde se requiere más de sus servicios. “En dos meses todavía no crucé la avenida Rivadavia hacia el norte, porque todas las urgencias están del mismo lado. Caminando las calles se ve una enorme diferencia de inversión pública en infraestructura. Según nuestros estudios, la mitad de los hogares de la zona sur presenta alguna problemática social. Es muchísimo. En marzo vamos a tener listo un primer mapa de demanda social, para poder organizar la atención. Queremos fortalecer el hogar como núcleo, entonces vamos a convertir los comedores comunitarios en cocinas en las que se retiren los platos para comer en casa. También lanzaremos un plan de becas para jóvenes de 19 a 24 años, con 250 pesos mensuales para que terminen el colegio. Pero esto es el principio”, advierte.

Es el principio.

Clarín