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A un año de la muerte del suboficial gay de Prefectura, aún se espera justicia (La Nación)

Octavio Romero apareció asesinado en el Río de la Plata a poco tiempo de pedir permiso para casarse; Gabriel Gersbach, la pareja con quien vivía hacía 12 años, pide ser querellante para conocer el estado de la causa. A un año de la muerte de Octavio Romero,el suboficial primero que trabajaba enPrefectura Naval Argentina y se iba a convertir en el primer uniformado de la fuerza en contraer matrimonio con otro varón, su pareja, su familia y cientos de amigos y conocidos aún piden justicia. Ni bien se aprobó la ley de matrimonio igualitario, Romero pidió permiso a sus superiores para casarse con Gabriel Gersbach, la persona con quien convivía desde hacía 12 años. Llegó a su casa feliz con la noticia de que en diciembre podrían casarse, cuenta Gersbach en una entrevista con LA NACION . Eso no fue posible: poco tiempo después, Romero desapareció de su casa y a los seis días encontraron su cadáver, desnudo y golpeado, en las aguas del Río de la Plata, a la altura del partido de Vicente López, paradójicamente, las márgenes que él tenía que custodiar. Su pareja, desde entonces, busca respuestas de la Justicia, que no le permite acceder a la causa por no tratarse de un familiar directo. Dos veces le denegaron la posibilidad de ser querellante, una herramienta judicial que le permitiría conocer los avances de la causa, aportar datos que lleven al esclarecimiento del hecho y, a su vez, ejercer una especie de control. “No hay ningún elemento de prueba para que se lo trate como sospechoso, más bien parece sólo una herramienta para mantenerlo lejos. Se está violentando el principio de inocencia que rige el procedimiento penal”, explica Virginia Soria, una de las asesoras en la causa vinculada a la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (Acij) . Tanto es así, que evalúan llegar a la Corte Suprema si se les vuelve a denegar la posibilidad de querellante en la causa. En la entrevista con LA NACION, Gersbach, por momentos, llora, mira fotos, muestra recuerdos de ambos, habla de las persecuciones que sufría su pareja dentro de las Fuerza, de los preparativos de la boda trunca, repasa el accionar de la Justicia y plantea sus dudas sobre el avance de la investigación. A un año de perder a su pareja, aún busca respuestas. – Toco estas cosas y me da escalofríos. Mirá este diploma: escuela de suboficiales de prefectura, 520 metros nado continuo. Era buenísimo nadando, qué contradicción: apareció muerto en el agua. Cómo puede ser, ¿no? Tengo la libreta de la Facultad, yo ni abrí estas cosas de nuevo. – ¿Desde que lo conociste él trabajó en Prefectura?  – Sí, pero él al principio me dijo que trabajaba para una empresa naviera, en una oficina porque me vio con un perfil a mí que no me gustaban las armas, que era “anti milico” total. Pero al poco tiempo me lo contó, me dijo que me lo había ocultado porque pensó que no me iba a gustar. “Sí, no me gusta”, le dije. Pero me gustás vos, está todo bien. El me dijo que era por un tiempo, pero fue pasando, en esa época él trabajaba en el edificio de guardacostas pero como era suboficial era como el “pinche”, lo mandaban a la calle con escudos lanza gases. Imaginate en 2001. – ¿Qué le tocó hacer?  – Lo mandaban a la calle a hacer seguridad, a veces, a las marchas a reprimir. Era complicada esa época y él odiaba hacer eso, detestaba hacerlo. Entonces trataba siempre de “zafar” de estar en la calle armado y con chaleco antibalas. Eso no le gustaba. Con el tiempo entró a Control de Gestión, fue secretario ahí y mejoró un poco, no salía a la calle. Fue cuando estuvo mejor. Empezamos a viajar a Brasil donde yo había vivido. Se enamoró de Brasil, tanto que pidió una beca para estudiar el traductorado en portugués y lo hizo en tiempo récord. También estudió inglés y la carrera de relaciones internacionales en el Salvador con becas de Prefectura. Quería irse, le interesaba entrar en la Cancillería, ser diplomático y estaba camino a eso. -¿Después de la aprobación del matrimonio igualitario pidió permiso para casarse?  – Sí, dijo: ahora sí les voy a hablar. Porque muchos jefes ya sabían. Porque cuando trabajás para una Fuerza es como que ellos son tu familia: tienen que saber dónde vivís, con quién, cuando te vas de vacaciones, dónde vas, tenés que pedirle permiso. – O sea que ellos sabían que vivían juntos  – Sí, sabían. Igual podría haber sido un amigo. Pero él no ocultaba las cosas, era muy sincero. Lo fue blanqueando, en su lugar de trabajo, en control de gestión sabían, en ese piso sabían todos que era gay. -¿Y cómo lo trataban?  – De vez en cuando tenía alguien que lo apuraba. Una vez lo llevaron a un cuarto y le dijeron: ‘Si sos puto, chupamela’. No se quienes eran, no me dio nombres, pero me lo contó a mí, a sus amigos, a mi familia. Estaba preocupado. Una vez, en el baño encontró pintado ‘Octavio Romero puto’. Ofensas. A él le daba bronca por la ignorancia de los demás, la falta de respeto y la intolerancia. -¿Cómo fue contarles a los jefes del casamiento?  – Un día vino re contento, que le había contado a los jefes y estaba todo bien. Que había uno que ya sabía pero a los demás también les dijo. El les contó, les dijo que era su pareja y les pidió permiso para casarse conmigo. Porque ellos no es que van y se casan: tienen que pedir permiso a las autoridades y, por protocolo, investigan a la pareja con que se va a casar. Entonces me dijo a mí y a mi familia que nos iban a investigar, que hasta podían llegar a pinchar el teléfono. Lo que le dijeron es que ni se le ocurriera casarse con uniforme, cosa que a él ni se le había ocurrido. Existe una resolución ministerial (Nº 200 del 21 de febrero de 2008), que resolvió eliminar las normas existentes en las Fuerzas Armadas, que preveían que para contraer matrimonio era necesario contar con la autorización o venia del superior. En los hechos, según cuenta Gabriel, esto no se cumplió con Octavio Romero. -¿Cómo se portaron con vos después del asesinato? – Hay un solo jefe que se portó muy bien, me dijo que iba a llevar una escolta de prefectura con el cuerpo, que iban a poner una placa en Curuzú Cuatiá, de donde él era. El se porto bien, vino al funeral y todo. Los demás se han portado muy mal conmigo, me han desmerecido completamente, no me consideran familia. – ¿Ellos intervienen en la investigación?  – Formalmente, no. A mí me hicieron dos allanamientos, porque como vivíamos juntos era el primer sospechoso. Quedé con la figura de sospechoso aunque no encontraron ninguna prueba en mi contra y comprobaron que yo no estaba donde apareció Octavio, sino trabajando. Me presente para ser querellante y no me dejan serlo porque no soy familiar directo y quedé como sospechoso. Dos veces me rechazaron la medida entonces no sabemos si avanza o no la causa. En la Procuración General de la Nación informaron a LA NACION que la causa ingresada en la Fiscalía en lo Criminal de Instrucción Nº 40, a cargo de Estela Andrades de Segura, avanza en la recolección de pruebas y que el expediente tiene 13 cuerpos debido a la magnitud de la investigación. – ¿Seguís en contacto con alguien de la Fuerza?  – Hay un chico que era amigo de Octavio y se hizo amigo mío también. Le pregunto cada tanto y me dice que nadie habla nada, nadie menciona el tema. Es como un secreto de sumario. ¿Nadie lo extraña?, le pregunto a este pibe. Sí, me dice, pero no dicen nada. ¿Nadie sospecha de alguien de ahí? Sí, pero no se habla, el tema se enterró. Diario La Nación

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