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El alquiler en villas se cotiza casi al mismo valor que en un barrio formal (Diario Perfil)

 La sucesión de tomas de tierras desatada luego de la ocupación del Parque Indoamericano dejó entrever la cara oculta de la crisis habitacional porteña: una desenfrenada, y a veces violenta, especulación inmobiliaria dentro de las propias villas que, sumada a las pocas posibilidades que deja el mercado formal para las familias de bajos ingresos, obliga a sus ocupantes a pagar alquileres cada vez más caros.


 El tipo de unidad es casi siempre igual: una única pieza de alrededor de tres metros por cuatro, sin cocina y con baño compartido, que puede ser habitada por una persona o por una familia, aunque los chicos generalmente no son bienvenidos y requieren un pago extra. El precio mensual varía según el barrio y la zona. Mientras que en la Villa 21-24 de Barracas una pieza cuesta cerca de 500 pesos mensuales, en la 31 de Retiro puede llegar a los 700. Los vecinos aseguran que el negocio inmobiliario es el segundo en importancia después del narcotráfico. Por eso, la mayoría prefiere ocultar su nombre. “Después tengo que seguir viviendo acá”, explica uno de ellos. “Somos una familia de tres personas en un cuarto de tres por tres. Hace cuatro años, cuando llegamos, pagábamos $ 220, pero ahora nos cobran $ 400”, se quejó David, de la 31. De 2007 a 2009, el valor promedio de las viviendas en asentamientos creció 98 por ciento, pero las viviendas para clase media subieron apenas 52 por ciento.


 Un alquiler en un barrio informal no es necesariamente más económico que en uno formal: en Mataderos puede conseguirse un monoambiente con todos los servicios por $ 900, mientras que una pieza en la Villa 20 puede alcanzar los $ 1.200. Claro que el mercado formal exige garantías, un requisito imposible para los habitantes de las villas. Además, exigen un mes de depósito como mínimo, aunque eso ya se está haciendo en las villas. Los locatarios le llaman “propina”, y puede duplicar el valor del abono mensual.


 Los inquilinos no tienen permitido censarse ni presentarse como candidatos en las elecciones. Los dueños temen que la participación les otorgue derechos sobre las propiedades, y la amenaza es el desalojo. El certificado censal hace las veces de título de propiedad en las transacciones. Aunque es habitual que algunos vecinos ofrezcan alguna pieza que no utilizan para tener un ingreso extra, los verdaderos empresarios de la vivienda suelen poseer edificios enteros de varios pisos destinados a la explotación inmobiliaria, y en ocasiones ni siquiera viven dentro de las villas. “En este momento, la dueña está en España”, informa un inquilino asustado.


 La otra cara del negocio es la forma en que se adquieren los edificios. Con una inversión de 100 mil pesos se puede obtener una casilla con cinco piezas en la Villa 20 que dejará una renta mensual de alrededor de 2.500 pesos. “Cuando veas más de cuatro pisos en la villa, es un inquilinato”, sostiene una delegada de la 31. Según los brokers consultados, la tasa de rendimiento en un barrio es de aproximadamente 0,6% mientras que en una villa alcanza el 2,5% mensual. Hay una forma más violenta de acceder al negocio: en la 21-24, cuando una construcción es codiciada por su valor inmobiliario, sus ocupantes son hostigados por bandas mediante robos y amenazas hasta que deciden desprenderse de ellas. “Ese mercado informal y mafioso se genera por la ausencia del Estado”, explica Luciana Bercovich, coordinadora de los programas de trabajo en villas de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ).


Por Gustavo Ajzenman


Diario Perfil