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Diferencias en las escuelas porteñas (La Nación)

La ley nacional de educación establece, entre sus principales objetivos, "asignar una educación de calidad con igualdad de oportunidades y posibilidades, sin desequilibrios regionales ni inequidades sociales". Lamentablemente, un enunciado tan promisorio dista de cumplirse, ya que las desigualdades persisten y, en muchos casos, se acrecientan.


Así es como, en otras ocasiones, se ha hecho referencia a los desniveles observados entre las jurisdicciones provinciales, sobre la base de los estudios que viene llevando el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec). En días recientes, la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ) ha dado a conocer un relevamiento efectuado en la ciudad de Buenos Aires, que refleja, también, diferencias apreciables dentro de la jurisdicción, al tomar en cuenta las escuelas estatales de la Capital.


Esas desigualdades se ponen de manifiesto al confrontar el promedio de alumnos por escuela: 270 en establecimientos de la mitad norte y 420 en la mitad sur, separadas por la avenida Rivadavia. Por su parte, el promedio de matriculados por aula ronda los 18 (en un barrio como Belgrano, en la zona norte) y 29 (en Lugano, barrio sur). Estas diferencias se corresponden, como es lógico, con las dificultades que se encuentran para inscribir alumnos en establecimientos de los barrios sureños, en tanto que sobran vacantes en la zona norte. Esta distribución desigual origina una inversión distinta que perjudica a los alumnos de los barrios más desfavorecidos.


El cuadro de desigualdades se ha acentuado a partir de la etapa en que la escuela ha tenido que atender el grave problema alimentario de sus alumnos por razones socioeconómicas críticas. Para agravar la situación, en la mayoría de las escuelas más pobladas no hay comedores y debieron ser improvisados en patios, corredores, aulas y hasta en cualquier espacio común. Otras carencias se sumaron en lo que concierne a espacios para la recreación y deportes, salas de música o plástica. La estrechez de medios conspiró contra el orden necesario para el trabajo y eso afectó la deseada calidad educativa. De ahí que, en los barrios de la zona norte habitados por familias con mejores ingresos, sólo el 33 por ciento de los chicos concurre a escuelas oficiales, mientras que, en el Sur, en los barrios más pobres, lo hace el 82 por ciento, diferencia que no sólo marca distintos niveles de recursos, sino que también expresa un juicio de valor. 


Las desigualdades indicadas se han ido perfilando en el tiempo y son una consecuencia de cambios determinados por múltiples causas, que se traducen en movimientos de población que se radican o se van de distintas zonas. Esas modificaciones van demandando luego mayor o menor número de aulas y otros recursos en los distintos barrios de la ciudad. Esos cambios deben ser anticipados con nuevas construcciones, reciclado de edificios, mejor equipamiento y mayores recursos, equitativamente distribuidos. Según se estima, el proceso de desigualdad aludido es el fruto de varias décadas de estancamiento que pueden estimarse en medio siglo.


Otra cara de la misma realidad expuesta en el informe de ACIJ es la desigual carga de tareas que se presenta para los docentes de las escuelas más agobiadas de alumnos y problemas y sin incentivos que los compensen. Es evidente, en suma, de acuerdo con el análisis del ACIJ y sus conclusiones, que es mucho lo que debe hacerse si verdaderamente las autoridades responsables desean cumplir con el fundamental deber de la igualdad educativa, pues lo que se observa es la profundización de las diferencias.


Sería deseable entonces que una primera medida por tomar para compensar este déficit fuera instrumentar una serie de buenos incentivos (mejores remuneraciones, más puntos para ascender en el escalafón docente, entre otros), para que los mejores docentes quieran ir a las escuelas más carenciadas del sur de la ciudad.


La Nación