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Casi el 10% de los porteños no tiene acceso al agua potable

La Nación 25-3-2016. Por María Ayuso Unos 275.000 habitantes de la Ciudad de Buenos Aires cuentan con problemas de conexión; viven en villas y asentamientos; las demandas al gobierno. ACIJ-agua

Son las 10 de la mañana del sábado y Maryluz Zambrana calcula que el camión cisterna va a llegar de un momento a otro. No se impacienta. Destapa el tambor azul de 750 litros que espera llenar pronto de agua (para luego bombearla al tanque que está más arriba, en el techo) y se acomoda en un banquito de plástico.

Tiene 34 años y vive en el asentamiento Playón de Chacarita desde 2006; en una casa que, ladrillo a ladrillo, levantó con su familia: en la planta baja, conviven su mamá y su padrastro, dos hermanos y una tía, mientras que ella comparte la parte de arriba con sus dos hijos: Jessica, de 18, y Víctor, de 11.

Ubicado en la comuna 15, en Playón de Chacarita residen aproximadamente 850 familias. “En un principio, no teníamos agua. Los vecinos que estaban más cerca de la calle nos permitían que llenáramos baldes en sus canillas”, recuerda Maryluz, que trabaja como auxiliar de limpieza en una escuela y es referente de la urbanización del barrio. “Con el tiempo, fuimos haciendo conexiones clandestinas, pero cada vez llegaban más familias y comenzaron a ser insuficientes: la presión del agua es muy baja, y si uno se sumaba a la red, sí o sí perjudicaba a otro vecino.”

Según datos oficiales, existen en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) 14 villas y 21 asentamientos, en los que viven alrededor de 275.000 personas (el 9% de los porteños). Estas cifras contrastan con las del Relevamiento de Asentamientos Informales realizado por la organización Techo en 2013, que suma 56 villas y asentamientos informales en los que vivirían 73.325 familias.

El 93% de estos barrios tiene una conexión irregular a la red pública de agua; sólo en el 5% de los casos las familias disponen de una conexión formal, y el 2% de los asentamientos se abastecen a través de un camión cisterna u otros métodos.

“Se llama conexión irregular cuando los vecinos se enganchan ellos mismos a la red pública de agua corriente más cercana sin recibir una prestación formal del servicio, lo que implicaría que se les dé una factura y una empresa cobre por otorgárselo”, explica Marina Morgan, directora del Centro de Investigación Social de Techo.

El informe destaca que algunos de los inconvenientes que trae el uso de agua proveniente de una conexión irregular son, por ejemplo, la poca presión y el hecho de que las mangueras suelen pincharse, lo que provoca su contaminación. La escasa cantidad que llega finalmente a los hogares disminuye aún más en verano, cuando más hace falta, lo que puede derivar en deshidratación y otros problemas de salud e higiene para sus habitantes. Pablo Vitale, coordinador del área de Derecho a la Ciudad de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), subraya: “Los servicios en estos barrios, incluida el agua, se prestan siempre en forma diferenciada del resto de la ciudad: de manera limitada, deficiente y confusa”. Esto, asegura, pone de manifiesto un patrón de desigualdad discriminatorio hacia los sectores de menos ingresos: las zonas sin acceso a agua potable y segura tienden a coincidir con aquellas en donde viven las personas de ingresos más bajos.

Exigir un cambio

Dispuesta a no claudicar en el reclamo de este servicio, Maryluz, junto con un grupo de vecinos de Playón de Chacarita, realizó presentaciones a Aysa y a la Defensoría del Pueblo de la Ciudad. “En 2009, los vecinos autoconvocados le iniciamos una causa judicial al gobierno porteño y la jueza respondió a favor nuestro y dijo que debía abastecer al barrio de agua, luz y cloacas”, cuenta. “En 2010, empezaron a llegar los camiones cisterna, y cuatro años más tarde Aysa abrió algunas bocas de agua en la periferia: los mismos vecinos hicieron las conexiones, pero son muy débiles, con poca presión.” A las manzanas seis (donde vive Maryluz) y siete no llega ni una gota. Quienes viven allí esperan todos los días que el camión cisterna estacione en la única entrada que tiene el asentamiento. Las mangueras se desenrollan en los pasillos serpenteando entre agua estancada, excrementos de perros y por encima de los pozos ciegos comunitarios (ahí no hay cloacas) que desbordan cada vez que la lluvia cae fuerte. “El gobierno contrata el servicio, pero no lo controla: nos cansamos de hacer reclamos por incumplimiento a la línea 147, a la Unidad de Gestión e Intervención Social (UGIS) y a la Defensoría”, explica Maryluz. “En Navidad o Año Nuevo, los fines de semana o los feriados, puede pasar que el camión no venga. Esos días sin agua son un caos”, se queja. Pero esa mañana el camión sí llega. Dos trabajadores de la empresa Ashira le chistan a Maryluz desde el pasillo. Ella se asoma por la terraza y ataja la manguera, para empezar a llenar el tanque. Cada litro vale su peso en oro: se cuida gota a gota para que alcance para cocinar, lavar la ropa, bañarse. Aunque muchos en el barrio también la toman, ella compra bidones: “El agua del camión viene turbia, con ramas, porque está muy manipulada: en los traslados se va contaminando”.  

El fantasma del dengue

Marcos Chinchilla recorre las calles de la villa 20, en Lugano, como pez en el agua. Tiene 41 años y nació en ese barrio de la comuna 8, en el que viven unas 13.000 familias. “Somos más de 45.000 personas en 33 manzanas: yo vivo en la 12”, explica mientras camina entre la feria que de los fines de semana. A pocos metros, vecinos compran bidones de agua en un camión de reparto. Los sábados, a las 12, en la intersección de Pola y Barros Pazos, se reúne la Mesa Activa por la Urbanización de la Villa 20, de la que él forma parte. Allí, Marcos distribuye folletos donde se lee: “En las últimas semanas el IVC visitó el barrio diciendo que tiene un proyecto de construcción de viviendas, que no contempla el mejoramiento de la infraestructura (agua, luz, cloaca, etc.) ni las mejoras de las viviendas”. La mayoría de los habitantes de la villa, cuenta Chinchilla, accede al agua por conexiones irregulares: “Aysa realizó obras en la periferia y la UGIS contrató a una cooperativa que hizo, hace unos meses, conexiones nuevas para las manzanas 28, 29 y 30, que eran las más afectadas por el tema del agua. En todo el barrio, la presión es muy baja”. Los vecinos se levantan a la madrugada para cargar los tanques, cuando hay más presión. También juntan agua en tachos, baldes y palanganas, generando las condiciones ideales para el dengue. En el barrio ya se confirmaron 80 casos: Marcos se contagió un mes atrás. Para todos, el agua es potable entre comillas y por eso, muchos deciden no tomarla, ya que se dieron muchos casos de disentería. “Los problemas del barrio son estructurales: los parches que se van poniendo en la prestación de los servicios no sirven. Necesitamos que se cumpla la ley 148, que establece la urbanización de las villas, y la 1170, que se sancionó en 2005 y es específica para la villa 20”, sostiene Marcos.  

Una situación insostenible

Marina Morgan Directora del Centro de Investigación Social de Techo “La situación de aquellas familias que tienen que abastecerse por camión cisterna es la más grave por todo lo que implica en cuanto a la seguridad sanitaria el traslado del agua en tanques y tener que depender cada día de que aquél llegue”   Pablo Vitale Coordinador del área de Derecho a la Ciudad de la ACIJ “Mientras en los demás barrios porteños el servicio, si bien tiene sus problemas, está prestado de manera estandarizada, en las villas esto no ocurre”   Maryluz Zambrana Vecina de Playón de Chacarita “Los vecinos cuelgan mangueras de los techos: son las pinchadas que el camión cisterna termina desechando. Las recogimos para hacer sistemas de acople y poder llegar a los lugares más altos de forma práctica”