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Aguas desiguales

Mientras que en algunos sectores de la ciudad de Buenos Aires y los alrededores se derrocha este recurso, en el conurbano muchas familias viven sin agua potable.

Por: Iván Pérez Sarmenti

El acceso al agua potable es muy desigual en la Argentina. Mientras que en la ciudad de Buenos Aires y alrededores quienes cuentan con agua de red consumen 600 litros diarios -cuando lo ideal sería sólo 150-, el 35% de quienes viven en la cuenca Matanza-Riachuelo no tiene agua potable y en el resto del país el recurso también escasea.

“En Buenos Aires hay una percepción errada de que el agua abunda, pero no es la realidad de toda la Argentina: alrededor del 70% de nuestro territorio es árido y tiene graves problemas de escasez”, explica Ana Carolina Herrero, responsable de la carrera Ecología Urbana de la Universidad Nacional de General Sarmiento, y agrega: “La zona metropolitana debe resolver qué está haciendo con el agua porque no llega a todos, se siguen contaminando los recursos hídricos, como el Riachuelo o el río Reconquista, además del derroche en la red de agua corriente”.

La falta de agua potable es mucho más grave que solucionar la sed. Se estima que el 80% de todas las enfermedades y el 33% de las muertes están relacionadas con la inadecuada calidad del agua. La mitad de la población mundial sufre enfermedades asociadas con la contaminación del agua y la falta de higiene. Las más frecuentes son las gastrointestinales, como el cólera, aunque también hay hepatitis y disentería.

“En la ciudad de Buenos Aires, más de 250.000 personas viven en condiciones de indignidad: no acceden a agua potable, electricidad segura y servicio de cloacas. Los servicios básicos, que el resto de la sociedad tiene naturalizados, en las villas tienen aún acceso limitado o nulo”, afirma Luciana Bercovich, de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), que trabaja para que se cumplan las leyes de urbanización en las villas de emergencia, lo que posibilitaría que se realicen allí las redes de agua potable y el resto de los servicios públicos.

 Rosario Quispe vive desde hace cuatro años en la villa 20 de Villa Lugano junto a sus cinco hijos y su marido. En su casa no hay agua potable. La poca que llega por la cañería que ellos mismos armaron casi no tiene presión y está contaminada, pues se mezcla con las cloacas, que al llover rebalsan y cubren todo. Ese el cuadro que se repite en casi todas las precarias casas del asentamiento.

“Sé que el agua está contaminada, pero no queda otra, por eso la hiervo. Ahora, con mucho esfuerzo y ayuda, pude comprar un tanque de agua y una pequeña bomba para tener agua. Antes tenía que esperar que pasara el camión cisterna, pero no venía todos los días”, explica. Por eso, por las noches, cuando hay un poco más de presión llena su tanque para aprovisionarse para todo el día siguiente.

A pesar de estos recaudos, a uno de sus hijos le descubrieron plomo en sangre, como a tantos otros chicos de allí, porque toda la villa se asienta sobre tierras contaminadas. “Acá la gente junta agua como puede, en baldes de pintura, bidones, lo que sea, pero como en los últimos años la población creció mucho, cada vez falta más. En verano, sobre todo, nos quedamos siempre sin agua”, explica Víctor Hugo Núñez, presidente de la Junta Vecinal del barrio.

La villa 20 está en una de las zonas más densamente pobladas del país y se nutre de la cuenca Riachuelo-Matanza, que también es el sector más contaminado por residuos industriales, agroquímicos y orgánicos provenientes de las cloacas. Según datos relevados por Greenpeace, en sus más de 2200 km² viven tres millones de personas, de las cuales el 35% no tiene acceso al agua potable y el 55% no tiene servicio cloacal, por lo que utilizan pozos ciegos o cámaras sépticas.

Esta situación es moneda corriente en casi todas las villas porteñas. En la villa 31 hace unos años tendieron un caño troncal de AySA, pero como no existe una red de distribución hacia las viviendas, el agua llega a las casas por conexiones informales mal hechas, muchas veces con mangueras plásticas tendidas al ras del suelo, que atraviesan zonas anegadas o de desagotes cloacales, que fácilmente pueden romperse y permitir el ingreso de agua contaminada a la red. “En la villa 31 llevamos cinco años de discusión judicial por el agua potable y la situación estructural sigue sin tener solución. Logramos que la Legislatura apruebe leyes de radicación, urbanización e integración, pero hasta ahora sólo tenemos estos triunfos en papel ya que no se ha avanzado en políticas públicas. El GCBA mantiene una negativa a solucionar este problema”, sostiene Bercovich.

Lucas Campodónico, director general de la revista Ecomania agrega un nuevo concepto en la discusión sobre el cuidado del agua ya que piensa que no es sólo una cuestión medio ambiental, sino también solidaria. “Hace poco estuve invitado a la planta de AySA donde potabilizan el agua del Río de la Plata que abastece a millones de habitantes. Pero esa red, llega hasta un punto y después colapsa. Las personas que están por afuera de esa periferia, no tienen agua potable no porque no haya, sino porque muchos de los que estamos dentro de ese círculo usamos recursos por demás.”

Y enfantiza en que es importante saber que cuando uno cuida el agua en Buenos Aires, está generando reservas que podrán ser transportadas a muchísima gente, hoy sin acceso a este recurso.

Sin lugar para el derroche

Fuera de la zona metropolitana de Buenos Aires, las principales ciudades del Litoral y las cercanas al río Paraná, el problema es la escasez de agua. No hay lugar para el derroche.

Un ejemplo es el Paraje Guerra, departamento de Salavina, en Santiago del Estero. No tenían agua y se abastecían mediante baldes y bidones que traían a caballo, a pie y, a veces, en auto desde un brazo del río Saladillo del Rosario, a tres kilómetros.

“Antes, sin pozo en la escuela había que traer el agua del río en zorra o a caballo, porque acá en ningún lado había de donde tomarla. Como toda el agua es salada y se ha ensuciado por el tema de las inundaciones, lo único que nos quedaba era el agua del bañado, después no había para consumir”, recuerda uno de los vecinos.

El hospital tampoco tenía agua y el principal motivo de consulta de la comunidad eran las intoxicaciones gastrointestinales producto de las condiciones del agua consumida y la falta de higiene en general derivada de la escasez.

Gracias al Movimiento Agua y Juventud, una red integrada por varias organizaciones sociales juveniles, pudieron revertir la situación. Junto con algunas empresas como Amanco, que donó toda la cañería, y la Fundación Avina, entre otras, pudieron instalar un molino para la extracción de agua del río y armar un tendido de cañerías hasta el Paraje Guerra. Ahora están trabajando para replicar el proyecto en dos comunidades cercanas y en otras dos de la zona del Gran Chaco Americano: Machagai (Chaco) y Tulumba (Córdoba).

Por un desarrollo sostenible

Más allá de la ubicación geográfica o de la disponibilidad de este recurso fundamental, lo importante es aprender a cuidar y no derrochar. Por eso hay muchas organizaciones que trabajan para instalar nuevas costumbres en los jóvenes, y que ellos se transformen en agentes de cambio de la sociedad.

Para eso, Agua y Juventud creó junto a Unicef Argentina la Escuela de héroes, una campaña de sensibilización en redes sociales y de manera presencial con videos y acciones concretas para cuidar el agua. “La idea es invitar a los niños y jóvenes a convertirse en los héroes que el presente necesita: personas comunes, dispuestas a realizar esfuerzos cotidianos que garanticen un desarrollo sostenible defendiendo nuestros derechos, cuidando el ambiente y protegiendo nuestra salud, demostrando que pequeñas acciones colectivas pueden más que grandes poderes ilusorios”, afirman sus creadores.

Desde un perfil más tradicional, pero no menos efectivo, también trabaja la Asociación Amigos de la Patagonia (AAP) con su Programa Agua y Educación en Argentina, que desde 2004 ha capacitado más de 1600 docentes de escuelas públicas y privadas en Tunuyán, Mendoza y Moreno, provincia de Buenos Aires, además de otros 700 de otras comunidades del país. El plan es simple: capacitar docentes para que actúen las escuelas como agentes multiplicadores. Así han llegado a un público potencial de más de 50.000 personas.

“El programa es una adaptación para la Argentina del Project WET (Water Education for Teachers) de Unesco-PHI (Programa Hidrológico Internacional) y posee una gran cantidad de propuestas didácticas divertidas, creativas y con fundamento científico. Los temas que aborda van desde el ciclo hidrológico hasta la contaminación no puntual, los ecosistemas, el tratamiento de aguas residuales o el cambio climático”, explica Giselle Reynoso de AAP.

Mas allá de los problemas de falta de agua y contaminación que deben resolver las autoridades, lo cierto es que cada uno también puede hacer lo propio. Acciones tan sencillas como arreglar una canilla que gotea o no dejar correr el agua al lavarse los dientes permiten cuidar un recurso escaso para que más gente pueda aprovecharlo.

LOS DESCUIDOS MAS COMUNES

  • Una canilla que gotea desperdicia 320 litros de agua por semana, el equivalente al agua que necesita una persona para cubrir sus necesidades básicas de agua segura por seis días.
  • Una manguera abierta durante media hora desperdicia 570 litros de agua, que es lo que necesitan dos personas para cubrir sus necesidades básicas de agua segura por cinco días.
  • Un inodoro con deficiencia en el flotante desperdicia 1200 litros de agua por día, que pueden cubrir las necesidades de cuatro personas durante seis días.
 
La Nación

Tema: Villas y asentamientos



Palabras clave: Aguas Argentinas.