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Adiós a las villas invisibles: con GPS, mapean sus calles y manzanas

Es una iniciativa de ACIJ y Wingu, dos ONG, que elaboran, junto con sus habitantes, un mapa digital con el trazado de las villas; se carga en una aplicación en la que también geolocalizan problemas.

Por Nicolás Cassese

“En las villas de Buenos Aires viven 250.000 personas, pero ¿alguna vez las viste en los mapas?” La pregunta, retórica, es parte del video que un grupo de diez mujeres sigue con atención.

Es cierto: las villas de la ciudad de Buenos Aires son grandes y populosas, pero no aparecen en los mapas, ni en los oficiales, ni en los de uso diario, como el Google Maps. Son un enorme espacio en blanco, sin calles ni manzanas. Un agujero vacío, pero repleto de gente. Las mujeres allí reunidas están para solucionar este problema. Es una mañana de sol de otoño en la sala de computación de la villa Los Piletones, ubicada al sur de la ciudad, a la sombra de la autopista Cámpora. Desde la cocina comunitaria comienza a escalar el aroma del guiso de lentejas que en un rato será el almuerzo de 400 personas, pero las mujeres tienen otra tarea: participar de un curso de capacitación para mapear las villas y sus problemas. Ya recorrieron las calles, callecitas, recovecos y pasadizos de Los Piletones, armadas de un GPS en el que iban cargando los vericuetos del recorrido. Ahora se están capacitando para el siguiente paso, que es geolocalizar los problemas de infraestructura del barrio para subirlos en el nuevo mapa. “A la vuelta de mi casa hay una cloaca sin tapa. El otro día se cayó un nene y casi se ahoga”, se queja Catalina Alegre, una mujer de tonada paraguaya que está hace diez años en Los Piletones. Manzana 10, casa 31, le informa a Joaquín Benítez, un joven sociólogo de tatuaje en el brazo y gafas, que mueve el cursor por la pantalla de la computadora hasta ubicar la zona y cargar el problema. “El agua corriente sale sucia y con poca presión”, dice María Eugenia Ramírez, de la Manzana 10, casa 70. Ella habla con Rosario Fassina, que también es joven y socióloga.

El equipo de ACIJ

Joaquín y Rosario son parte del equipo de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ) que está trabajando en el proyecto Caminos de la Villa. La idea, explican, es hacer visibles las villas y sus problemas para el resto de la ciudad y, además, reclamar soluciones al gobierno porteño. Trabajan en asociación con Wingu, una ONG especializada en brindar herramientas de tecnología a otras organizaciones sin fines de lucro. El proyecto tiene un presupuesto de 120.000 dólares, financiados por la ONG Avina, y está en su etapa final. Ya desarrollaron la aplicación y mapearon cuatro villas Los Piletones, Fátima, villa 20 y Zavaleta. La idea es terminar con las 11 que restan antes de fin de año. La página ya está disponible en www.caminosdelavilla.com y allí se aloja un rosario de reclamos. “El contenedor de basura se rebalsa todos los días”, se quejan en una zona de la villa Fátima. “Se cortó el agua”, protestan en la 21-24. Durante el taller de Los Piletones, las mujeres aprenden a crear un usuario para cargar sus reclamos en la aplicación. Lo pueden hacer desde su perfil de Facebook y subir fotos con el celular. El problema en Los Piletones no es el acceso o el manejo de la tecnología, casi todos tienen smartphones. Sí es, en cambio, las carencias de infraestructura. Presentada como un caso exitoso por el gobierno de la ciudad, la urbanización de Los Piletones fue inaugurada por el candidato de Pro a la jefatura de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, durante la campaña. Pero ni las vecinas que participaron del taller ni ACIJ consideran que la villa está urbanizada. “Pro dice que la villa está urbanizada, pero nosotros decimos que no lo está”, dispara la presidenta de la Junta Vecinal, Mónica Ruejas, una salteña ancha y con dos celulares colgados al cuello. Es votante de “Néstor y Cristina” y enemiga acérrima de Margarita Barrientos, la referente macrista en Los Piletones. Según sus números, allí viven unas 7000 personas distribuidas en 11 manzanas. Eso, aclara, sin contar los inquilinos, que pagan entre 3000 y 4000 pesos por una vivienda de dos piezas, con baño compartido y sin cocina. Mónica señala los pozos negros, destapados y malolientes que convierten la caminata por el barrio en una carrera de obstáculos. “Estamos en Venecia”, se ríe mientras sortea un sector de la calle inundado por la rotura de un caño.
La Nación